miércoles, 11 de enero de 2012

Terapia para una mujer divorciada



Puedes conseguir un pintor
de esos que llueven en época de estrellas.
Le das elogios de la valentía
y de la transpiración sin pan.
Regálale colores para el cuerpo
y delirios electrónicos para ojos
(dinero, no).
Puedes llevarlo al colérico encuentro con tu pasado
apagar la luz para que pinte tus gemidos púrpuras
y deslumbrarlo con fuegos de cacao.
Puedes atormentarlo con el consejo de proseguir
de quedarse varado a la voluntad del placer
asistirle con pezones de convalecencia
y desnutrirlo de dolores fraternos.
Puedes soñar con sus viajes al mundo invertebrado
succionarle el alma y aprender a manar del calidoscopio.
Puedes comprar las retinas del ciego
desvelarte en consustancialidad de un agónico desnudo.
Puedes llevarlo contigo a la renuncia del purgatorio
delirar que se trata de averiguar la magia.
Puedes pagar la cuenta de la habitación 312
y pedir que le entreguen una nota al salir
cuando despierte de la irreparable muerte.
Puedes hacer de cuenta que nunca pasó,
diluir en los nuevos vicios adquiridos
los archivos del registro civil
de los nacidos en 1973.
Puedes olvidar la sección de estadísticas
correspondientes a las notas de pasiones extintas
y entonces, llena de júbilo
acariciar la sorpresa de aprender a mirar
de una vez para siempre.