lunes, 14 de diciembre de 2015

Cajita de Arena (Obra de Kalu Visualscape)

Una de las estratagemas más antiguas del arte occidental, ha sido la misiva de que el arte ha muerto. De igual manera los filósofos fueron indagando en las oportunidades no previstas por sus predecesores, con respecto a la existencia humana: compleja, divina, dionisíaca y desprovista de justificantes que los amparasen ante sus contradicciones y angustias. Frederich Nietzsche, aduce a la provocativa idea de que Dios ha muerto. Como una forma de liberar al hombre de los cánones morales impuestos y ante la orfandad, hacerse responsable de sus propios actos y sistemas de edificación, en pro de la aspiración al súper hombre.
Segismundo Freud, más tarde, e inspirado en la idea Nietzscehana, advierte sobre las posibilidades y peligros del asesinato del padre, dentro del inconsciente, como una forma de emancipación del ser. Sin embargo, existe siempre la posibilidad, de que el individuo retorne a los fundamentos del “Súper Yo”, los cuales, representan siempre la medida de todas las cosas, con respecto a la trascendencia de sus actos.
Tal parece que los provocadores del arte, siempre en aras de revaluarlo y modernizarlo; apostaban a esa posibilidad en el hombre; al declarar que al arte ha muerto. Por un lado, estimularon el desarrollo de movimientos artísticos, orientados a resucitar a los muertos. Tal es el caso del neorrealismo en el mundo contemporáneo, cuya misión de nostalgia, está orientada a la preservación de las viejas tablas, como una añoranza de lo verdadero e inquebrantable en el arte.
Por otro lado, suscitó en los artistas pecadores de creatividad; una posibilidad sin precedentes, para el establecimiento de verdaderas nuevas formas de expresión. En donde ya no había necesidad de echar mano de esa loza histórica basada en los evangelios de los grandes maestros. Encontrándose así, la auténtica posibilidad de lo nuevo, e irónicamente de la preservación y continuación del arte.
Muchos fueron los sacrificados en el proceso de entendimiento de tan crucial coyuntura ideológica. La confusión, les llevó a ser fuertemente favorecidos por lo que se supone se esperaba de ellos en el arte, aunque, por parte del mercado. Es al mercado del arte y no a la evolución natural estética (intrínseca al hombre), a lo que respondió la declaración provocadora de “El arte ha muerto”, aunque sin duda, la menos creativa de todas.
Otra manera sin embargo, en la que se develaron formas nuevas de un renacimiento estético, con conocimiento absoluto de los procesos históricos del arte; fue la establecida por Marcel Duchamp. Donde, por principio de cuentas, dotó al espectador pasivo de una forma en extremo creativa, para preservarse en la continuidad de la auténtica expresión humana. Ya en su obra denominada “Desnudo bajando una escalera”, mostraba que el poder del movimiento era factible de ser representado en las dos dimensiones del lienzo. La cuarta dimensión (según Duchamp)., no requería de tantos artefactos y provisiones tecnológicas como en el cine; no requería de un sector de seres autentificados como expertos y cultos, trabajando encarecidamente para un público pasivo, al que deben presentársele las hechuras del pensamiento en una forma de auténtica papilla para su percepción imberbe.
Lo anterior, cobra mayor sentido cuando aparece “La fuente•”, donde Marcel Duchamp saca de su contexto el mágico mingitorio de la realidad y lo coloca en el recinto sagrado de la exposición. Precisamente, lo que estaba proponiendo de forma soberana y magistral es el hecho de que “La fuente, eres tú; sin ti, no hay arte, si tú mueres, el arte muere contigo”. La fuente era la forma en que se entrenaba al cerebro a ejercer el acto de la expresión, de marcar su propio territorio, su individualidad, su permanencia eterna en el plano de los actos cotidianos. En este caso, por la vía del presentimiento de la excretación orinal.
No fue comprendido sin embargo, esa fuente da sentido a la función auténtica del arte. Se generó el movimiento del llamado arte conceptual, con el cual; las confusiones se acrecentaron, y si a Duchamp se le ocurrió un mingitorio y hasta una cabra; querría decir para los desprovistos de entendimiento y conciencia histórica y creatividad, que todo era posible desde la fontanería o la ferretería o donde fuera, para expresarse de un modo tan ingenuo y efímero.
“Cajita de arena”; obra de Kalu Visualscape, retoma de forma sencilla, modesta, pero con un profundo sentido de la responsabilidad: esa fuente del arte a la que aludía Duchamp y que no quiso explicar de forma intencional, hasta sus últimas consecuencias.
“Cajita de arena”, es el cierre del ciclo del entendimiento, con respecto a lo que mana del ser humano, desde la anticipación, cálculo y conciencia de aquello que nos aguarda en al terreno físico; no así para con el espíritu, con el arte, con la facultad subyacente de que el ser humano se trascienda a sí mismo, desde su propia fuente: desde su propia morada de polvo.

Carlos H. Vázquez
México
25 de octubre de 2015.