viernes, 17 de mayo de 2013
La situación de la pintura en México, en los últimos 30 años
Creo que no podemos hablar mucho de Arte, con respecto a la pintura hecha en México en los últimos 30 años. No tanto por que no hayan existido creaciones y creadores en este lapso de tiempo, sino porque, las crisis de todas los tipos, acosaron a esta nuestra generación. Pero, por si esto fuera poco, vivimos un resentimiento intenso de retinas, a partir de las secuelas que dejaron todas esas explosiones súper nova, encarnadas por los viejos conocidos, hacedores de pintura de etapas anteriores, revolucionarios de la plástica mexicana, muralistas, troskistas y no se qué. En su mayoría, terminaron edificando para si mismos, mausoleos con inversiones financieras de índole, verdaderamente artístico.
Muchos otros pintores llegaron inmediatamente después y atrapados entre el limbo de la generación de la “genialidad” y la nuestra (por desgracia, aun vivos), se dedicaron a explorar una línea más parecida a la artesanal y que, agraciados con la idea de haber encontrado un estilo propio, sedujeron a las galerías alcahuetas de su tiempo y del nuestro. Sedujeron a los gobiernos a favor de la promoción del arte y la cultura, de su tiempo y del nuestro. Sedujeron a los jubilados norteamericanos que viajan a los entrañables y pintorescos pueblitos mexicanos, de su tiempo y del nuestro.
Uno puede encontrar en la alameda, con la esperanza puesta en el piso, a un emulador de Picasso. En una pulquería, a cambio de una jícara del fino néctar, a un Van Gogh, que por una jícara más, estaría dispuesto a representar la noche estrellada en una servilleta y a cortarse la oreja. Un verdadero país de artistas, de su tiempo y del nuestro.
Pero hablemos de pintura, de lo que a cuenta gotas, valdría la pena rescatar. Aunque parezca contradictorio con lo que he dicho antes, tiene que ver con aquello que se está realizando en los pueblos originarios del país, particularmente, lo que se realiza en el estado de Oaxaca. Que a titulo personal me desagrada profundamente, pero que (he de reconocer), ahí se encuentran resquicios de la plástica que no pretende mirar al futuro, una plástica que se sabe humilde (exceptuando claro esta, algunos casos), que se sabe conciente de su carencia de propuesta, de prejuicios universales del arte y que rindiendo tributo a lo que le surge en multicolor por las venas, expresa con derroche; esa clase de hendiduras de lo que fuimos algún día. Aunque fuimos, sólo de una parte de esto, a lo que llamamos mestizaje, una parte que fue aniquilada al grado del pavor, por la otra cultura que tambien forma parte, de la otra parte del mestizaje, de esto que somos.
Hay en nuestro tiempo una de las luchas más fuertes de la sangre contra la sangre, una lucha que se desarrolla, queramos o no, seamos pintores o no, dentro de nosotros, en el correr de la sangre: Un grupo de glóbulos blancos lucha a muerte contra otro grupo de glóbulos multicolores, para desgracia nuestra, casi siempre ganan los glóbulos blancos. Esos que nos hacen sentir culpables, por toda manifestación de espontaneidad. Que en la academia (con todo respeto a sus defensores), nos inmiscuyen al uso de cánones, teorías, cálculos megatonico-matemáticos, de perspectiva y todas esas etcéteras, que afortunadamente aun ignoro a profundidad. Y es que la tradicional escuela occidental del arte, evolucionó por un camino que nos ha dejado ciertamente cosas sorprendentes; nos ha mostrado la forma más bella de acercarnos con los ojos a las tres dimensiones sensibles. Pero cuando la mercadotecnia se inmiscuyó en la cuarta dimensión hecha sensible por Marcell Duchamp, para volverla (casi de forma instantánea en las generaciones inmediatas posteriores), en una quinta o sexta dimensión, sensible sólo ante la mención del grado de millones de dólares alcanzados por una obra, entonces ya no se entendió nada. Y entonces ya no se pudo continuar el rumbo de una forma sensible y adecuada. El arte murió.
Pero que no nos vengan a decir a los que ahora usamos el pincel aquí y allá, a los que, una luz de resistencia a la noticia, nos lleva a exponer aquí y allá; que nos lleva a renunciar aquí y allá. Que no nos vengan a decir que el arte murió. Hay motivos de sobra para opinar lo contrario. Se trata justamente de mirarnos por vez primera como seres completos, seres que viven en una tierra completa con forma de rebanada de pizza que pretende ser devorada por el glotón apestoso del norte; al que a su vez, le han comido el cerebro, al que le han dicho reiteradamente que el arte esta muerto. Que no nos vengan a decir, que en México sólo pueden reproducirse campesinos harapientos con jarrones y magueyes, que en México esta prohibido pensar y cuestionar y servir de espejo a eso que somos y que ignora todo el mundo, pero que, por desgracia también nosotros mismos ignoramos. Es tiempo de mirar hacia nosotros mismos, sin aquella pretensión en la que cayeron nuestros muralistas, esa que con una óptica antropológica de exaltar lo mexicano; colocaban al creador fuera de lo mexicano, juiciosos de lo que consideraban externo, pasado, remoto, pero nunca propio. Artistas que cansados de mirar su frustración ante el espejo, permitieron que se les tratara como una mercancía y a cambio del prestigio internacional, terminaron arando el mismo surco de sus coetáneos, que sí vendían.
En este sentido, de sobra esta decir que hay muchos ejemplos, en cuyos curriculums aparecen galerías de Londres, Nueva York, París, Ámsterdam, etc. Grandes artistas que se conformaron con mostrar su talento, sólo a partir de lo que se acepta y consume en el mercado. Convirtiéndose ellos mismos en los más relevantes mercadólogos de todos los tiempos.
Valga decir que la pintura Mexicana de nuestro tiempo tiene grandes ventajas, por que no le interesa a nadie. A menos, claro está, que seas Oaxaqueño y desfiles con tu obra a cuestas, delante de los sitios turísticos del país o del extranjero, a la voz de “le muevo la panza por un peso siñor, y por cierto, tambien pinto” . Tenemos grandes ventajas de explorar y explorar en nosotros mismos, cuando (seria y profusamente), miremos hacia dentro, desatemos las ataduras de la ceguera y gradualmente ocupemos un sitio en el espacio. Preferentemente alejados de los “espacios” originalmente planeados para la exposición del arte.
Que no nos vengan a decir que el arte está muerto, cuando de las paredes de toda casa, edificio, monumento histórico, edificio público y demás edificación decente; cuelgan chorros de nostalgias de expresión. Que no nos digan que el arte ha muerto, cuando una buena cantidad del presupuesto de la economía familiar llamada “marginal”, termina en las arcas de la industria de la pintura en aerosol. Mientras la inconciencia, sin percatarse bien a bien, de por qué tiene tantas ganas de cubrir su entorno de color y mientras la conciencia de los que dicen hacer y saber de arte, sean sensibles a todas estas expresiones y se metan en el lúdico actuar de la calle que se aferra a la vida, el arte seguirá pregonando grandes motivos de continuidad.
Es un hecho, por todo lo anterior, que si en los recintos creados con la intención de promover el arte, las salas estuviesen llenas de veedores, el diagnostico no estaría enfocado de esta manera. Es un hecho, que el arte no ha muerto, pero si ha muerto de la forma en que se nos ha querido imponer a verlo.
Y ya que hablamos de muerte y de cosas muertas. Valdría mucho la pena, concentrarnos en aquella máxima adscrita en la obra de Juan Rulfo. Ese nostálgico veedor del mas allá, planteaba la macabra, aunque a mi parecer, muy cierta idea, de que los acontecimientos de la realidad, están determinados por los muertos. Echemos un ojo a lo que, en ese sentido acontece en el arte. Donde, a pesar de que no existe como tal una academia Mexicana que regule la expresión (que a todas luces es una forma de matarla), si por el contrario en el ámbito del inframundo, los muertos conspiran por ejercer su voluntad en el tibio actuar de sus colegas vivos. Quién de los pintores vivos no ha temido el juicio de los consagrados pintores muertos, cuando intenta dar una representación contemporánea de algo que se hizo en el pasado. Quién de los aquí presentes, público en general, no ha tenido que apagar la risa, cuando se nos muestra, como del mayor orden de genialidad, un cuadro de uno de esos muertos, mientras rezamos con sobriedad en la mente la frase solemne de “que no mame”. Pero al fin y al cabo, con todos esos pensamientos de un sentido común valuable, seguimos resignados a dejar pasar la oportunidad de la espontaneidad, creyendo que el arte sólo existió en el pasado muerto; creyendo que lo muerto es digno de tributo y que por tanto, los panteones y los museos, han de servir de resguardo de nuestro más grande acervo histórico. Esta bien dejar que los muertos entierren a sus muertos, pero el seguir indiferentes ante la posibilidad de que comiencen a exhumarlos, es un insulto.
Está bien la historia, pero vista desde las consecuencias que perviven en nosotros. Cuestionando, qué tan geniales fueron estos antepasados nuestros, para que en el presente, tengamos en manos, solamente una gran pila de muertos, que llevan en sus manos pancartas con caligrafía de grandes maestros con la frase de “El arte ha muerto” adivinando, aunque no lo digan, pero que surge inevitable a la vista del vivo, esa otra frase que reza “ha muerto, por que yo he muerto”.
No hay mejor opción que aniquilar lo muerto. Y la mejor forma de aniquilar lo muerto es aprender a percibirlo con todos los sentidos, en homenaje a la vida. Olfateemos lo muerto que tanto nos rodea y llenémoslo de color, probemos lo muerto que está en todas partes y llenémoslo de color, palpemos lo muerto que nos acosa y eriza la piel y llenémoslo de color, escuchemos el canto de los muertos que viene de todos los sitios y llenémoslo de color, pero no miremos lo muerto, por que puede que nos inunde el alma. No andemos después creyendo esa “idea posmoderna”, de que los diseñadores gráficos y los publicistas, son los que llevan en su mano la estafeta del arte. Sin menospreciar, claro está, como recurso de uso: las nuevas herramientas tecnológicas.
Advierto, sin embargo que el presente no pretende ser un manifiesto pictórico, ni mucho menos una convocatoria pública para la creación de un partido del arte. Es en todo caso, un diagnóstico de lo que ya se puede percibir en la expresión pictórica actual. Casos muy rescatables que han entendido con los sentidos, que miran hacia dentro, que no le temen a los muertos, que transgreden los preceptos establecidos para una cómoda realidad, que asumen acaso, como ninguna generación de arte anterior, que de la nada hemos nacido y a ella retornaremos. Que no hay nada, sólo rumores, recortes periodísticos, fragmentos del hombre, basura histórica, fósiles decorativos de oficina, colages y formas de lo nahua, de lo otomí, de lo mixteco, de lo zapoteco, de lo maya, de lo olmeca, de lo tolteca, de lo mixteco, de lo zoque, de lo purépecha, de lo yaqui, de lo raramuri, de lo huichol, de lo chichimeca, de lo tlaxcalteca, de lo mazahua, de lo tzotzil y hasta de lo español. Que llevan consigo archiveros mentales, donde cada cosa está en su sitio, donde la muerte es una inspiración religiosa que rinde culto a la vida, que viene desde remotos tiempos en la genética de lo mexicano, que no en la memoria, que brota sin reserva y seguirá brotando.
No nos quede la menor duda, que todo el arte que consideramos antiguo, el de nuestras culturas madre, el de las que vivieron en esta tierra, es en realidad el del futuro. Sólo a partir de la comprensión de nosotros mismos, de la indagación en nosotros mismos, de la inundación de los espacios públicos, con toda esta fiesta que es el arte, es como podremos acercarnos en un ápice a lo que fue.
Uno o mil cataclismos llegaran, todos los restos del hombre, con toda su idea del arte, con todos sus ejemplos del arte, con todas sus vitrinas y monalisas blindadas, quedaran confinadas al olvido. El arte del futuro es el arte de las culturas madre, por que a final de cuentas, al paso que vamos, luego de todo cataclismo, serán las únicas en permanecer, con esos incomprensibles formatos áureos reproducidos una y otra vez a manera de fractal circular…¿Son realmente del pasado o del futuro? ¿Por qué tengo la sospecha de que ellos siempre supieron lo que nosotros, en esta aparente tragedia de los últimos 30 años de la pintura Mexicana, apenas estamos entendiendo?¿Por qué no apostamos a la posibilidad de la permanencia y acariciamos el arte del futuro, mirando a nosotros mismos con toda humildad?
Quiero finalmente, brindar un aplauso a los que, renunciando a los nombres dorados, a los mausoleos y salones de fiestas, están ahora entre nosotros. Con todas sus propuestas actuales, ya muy pronto darán de qué hablar y entonces, yo permaneceré en silencio. Y si acaso, el arte ha muerto, confinémoslo a ese gigante cementerio que se llama Mundo, por que en México, seguirá vivo.
Carlos H. Vázquez
Julio 01 de 2009
Etiquetas:
Foto;La oquedad de los sueños
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