En la escena de la imaginación, cabe toda posibilidad. Decía el soberano surrealista: Luis Buñuel. En tales referentes aplicaciones, sustento mis deliberados desequilibrios mentales, con respecto a ti. Vamos de la mano, por una calle oscura, mi deshielo hace su aparición, cierro a su vez los ojos, para dejarme invadir por el viento, que confronta nuestro andar. Puedo entonces escuchar el sonido de tus piernas: al rozar una con otra. Escucho el indicio de una tormenta, aspiro y deliro con ellas en mi lengua. Un pensamiento como ese te acaricia, estremece, detiene el paso. Das a mis labios su merecida dosis de mordiscos. Entonces, ya no hago caso a la imaginación, esta vez actúo. Susurro en tu oído: la noticia de mi sangre acelerada, de la invasión presurosa del tejido esponjoso de mi bajo vientre y te señalo el camino, de lo que, en acorde coherencia, sobre tu piel van tejiendo mis manos. El delirio de mis ojos es total, cuando levanto tu vestido floreado y la luna ilumina el rombo perfecto entre tus piernas, un río blanqui-azul-plata, concede a mi lengua, la comitiva diplomática de bienvenida. Entregas con tus manos, las llaves de tu ciudad-vapores, a mis ojos. Tornado de luz marina, vida en ascenso incontrolable, orificios de torrentes expuestos a la crónica de otro torrente anunciado. Abres las puertas, las cortinas, todo. Estamos en una ciudad vacía, abandonada tras la guerra, estamos en una superficie de 30 grados bajo cero. Derretimos la nieve, la volvemos de cálido algodón, en pie, vamos consumando una de las múltiples posibilidades. Ergues en 45 grados tu espalda, te recargas sobre la firmeza de mi tallo embadurnado cada vez de ti. Entro, tu cuerpo se hace magia, desde la firmeza de tus caderas que me engullen, flotan tus hombros, giras el cuello, extiendes elásticamente la barbilla, tus mandíbulas se apropian de mis labios. Ya no existimos para entonces, un acto de fe se apropia de nuestras voluntades, le estamos dedicando el tiempo a la eternidad, le estamos brindando estocadas de gozo al universo. Enciendo todas las luces al interior de tu cueva, me enciendo desde tu conexión iluminada. Nuestros cuerpos se bañan de perlas fosforescentes. Le extiendo un abrazo a tus senos, emergen de tus aureolas rosadas, canciones de la vía láctea. Toco en ellos el órgano eclesiástico. El rubor de tu rostro, concede al pecado, el más sublime contexto de gozo. Dejas a mis ojos escudriñar tus sombras, dejas que las balas de mi tacto vayan lenta y violentamente perforando los racimos de tu piel. Tus ojos de mar, ascienden los niveles de acuosidad en la atmósfera púrpura. Somos los humanos de la reconsideración espacial. Los que encendemos hogueras al futuro. Vivimos en un solo cuerpo, en un vaivén lucubrante de elixires de menta. Sacudimos el polvo enamorado, de todos los poetas acumulados por siglos en los sedimentos de la tierra. Arrojamos al piso una y quinientas máscaras, pera descubrir que debajo de todas ellas, seguimos siempre siendo nosotros mismos. Como en infinito reflejo de espejos contrapuestos. En ese mismo tenor estallamos, tantas veces, tantas copas ingeridas, desde la cosecha de nuestros cuerpos. Despliegas nuevamente el alma, arrojas con fuerza mi corporeidad sobre ti, cubres toda posibilidad de mentira, conmigo a cuestas. Remas nuestra embarcación sobre mi oleaje-tsunami. Bebemos de nuevo nuestros néctares, las bocas transmutan en almacenes de crónicas de amor. Sujetamos desde los dedos, el rezago de nuestra aurora, y le ofrendamos en reposo al tiempo, un abrazo desde este lecho, durmiendo fragmentariamente, hasta el siempre del nuevo devenir.
miércoles, 9 de julio de 2014
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